Me gustan las historias que en sus fechas rompen paradigmas, crean tendencias, y son recordadas, me gustan más las que no arrastran sus fechas siendo adecuadas a cualquier época en la que ocurra la suerte de ser leídas.
Reconozco también pocas letras que hayan transmitido un aire tan gris como las letras de Herman Melville en Bartleby, el escribiente, lo sabe mi sangre Godín que se espesa cuando lee este cuento.
Un
abogado acompañado de un par de empleado bastante particulares acepta
al joven Bartleby para auxiliarlo como escribiente en un pequeño
despacho en Wall Street, Melville narra de forma sencilla y en letras de
oficinista la solitaria personalidad de Bartleby, quien siendo hábil y
además un empleado ejemplar, en un principio, desarrolla sus actividades
como escribiente de buena forma, hasta que cierto día y de forma
espontánea decide no escribir más, son distintos los intentos que hace
el jefe para tratar de persuadirlo de hacerlo, en esta historia el que
considero entrañable Bartleby se mantiene en una posición indescifrable,
una pena, un recuerdo, alguna situación oculta a lo largo de este
pequeño cuento que encrudece la historia del joven Bartleby, hasta el
último punto.
Melancólico hasta el final, Bartleby, el escribiente,
permitirá identificar de acuerdo a las diferentes lecturas un camino
más allá de la responsabilidad u obligación, un camino de libertad para
el pensamiento, y de fidelidad hacia nuestro propio interior. Algo ha
pasado a Bartleby y se mantendrá en secreto hasta su triste fin.
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