Quién soy

La tendencia del escritor es quedar como un mentiroso, crecen las posibilidades en su autobiografía, en la entrevista, en el Acerca de mí, si al escritor, por ejemplo, le preguntaras como empezó a escribir y este, igual que un futbolista o músico consolidado, dijera que lo hizo desde su primera infancia, ¿Sería creíble? Pregúntaselo a Messi por ejemplo, ¿Cuándo supiste que serías futbolista? “Sho nací con el balón, lo hago desde era un pibe” su madre secundaría en la entrevista “El sha desde pibe salía a tocar la bola, y no la soltaba por nada” y luego en YouTube, con 13 millones de visitas, estaría un vídeo de la pulga tirando magia dominando la pelota, sus amigos contribuirían como testigos y al fin se construiría una historia real de aquel niño que en la sangre traía la pasión por futbol o la música, dejándole a los dioses el milagro de tan talentoso profesional que hoy figura.

El escritor, por el contrario, dejaría en su versión tantos cabos sueltos que no parecería otra cosa que el alimento de un ego inflado en busca de etiquetar, de prodigio, su talento. Una mentira, o es que, ¿Alguien graba a un niño escribiendo o leyendo algún cuentito que no parezca que solo juega a perder el tiempo? y siendo ya un profesional creador de historias, ¿Habrías de creerle, si, como prueba de lo que dice, te cuenta una historia reconstruida de su infancia y el recuerdo adornado de la época en la que inicio la escritura o su filia lectora? y lo que es peor, ¿Habrá testigo alguno que secunde su versión diciendo, “Yo lo recuerdo perfecto, éramos amigos en la infancia y ambos nos apartábamos de los niños y en el corredor de su pequeña casa vieja perdíamos el tiempo escribiendo”, alguien si quiera se acordará del raro niño lector que por su extraña preferencia se apartaba del resto para dedicarle su tiempo a sus primeros renglones? ¿Tuvieron amigos en la infancia entonces los escritores?

Aunque no es distante, la memoria de a partir de cuando escribo se encuentra en alguna época difícil de recordar, olvidado quedó el cómo, pero conservo una imagen clara del por qué me inicie en la lectura. Desperdicios bibliográficos entre camisas y zapatos regalados a mi papá llegaban a nuestro cuarto de 15 metros cuadrados, el viejo leía todo lo que llegaba y como todo lector era ignorado por nosotros (Tres hermanos) que solo corríamos a su alrededor, probándonos las cosas nuevas. sus jornadas como obrero terminaban y por las noches las lecturas avanzaban, al final de cada lectura y antes de concluir el ciclo de abandono de los libros, que había iniciado en alguna casa rica de dónde habían sido exiliados hacia nuestro hogar, mi papá, en las hojas de cortesías o profanando las hojas de los capítulos finales, dibujaba con lápiz, plumón o Crayola, siempre los mismos labios y ojos femeninos (En sepa que recuerdos inmerso) o en algunas ocasiones, rótulos en un supuesto lettering que me atrapaba, ahí también, por cierto, adquirí la destreza con el lápiz, el amor por el libro como objeto creativo y de paso, la curiosidad por contarlo todo.

Si el ciclo no falla, pienso que el destino del lector consuetudinario, el de la filia, (Una vez abierto el universo creativo contado en la lectura) es el de externar sus nuevas imaginaciones con sus propias letras, o lo que es lo mismo, después de tanto leer, uno quiere contar, y es verdad que nunca los chismes han sido tan bien transmitidos como cuando han quedado escritos.

Este soy yo, pero he de decir con conciencia que tengo poco de escritor y mucho de mentiroso.

Cada objeto tiene su lugar, su rincón, el lugar de pertenencia o al que se aferra sin pertenecer, entre todos, en los huecos que hay entre los granos de arena estoy.


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