Vuelve arriba

Se convirtió ese en un domingo de liberación, el desgaste habría de ablandar el cuerpo y agotado, habrían de quedar a un lado algunas penas, la competencia era entre dos, el árbol o setenta y seis kilos colgando de él si no caía, era tan viejo y tan seco que había dejado de ser necesario en el gran patio, era, sin serlo, un estorbo, un acerado estorbo. Usaría el machete desde el sábado sin parar hasta que debilitado y humillado se sentara sobre la tierra; el árbol tendría que hacer lo que yo le indicara así tuviese que pasar ahí incluso todo el domingo, o el lunes sería mi turno; así lo hice, estaban a punto de dar las siete de la mañana del domingo, cuando, con el sonido de desgarro generado por el roce de las hojas de sus pequeños guardianes a su lado, cayó.

Tendrían que haber visto el rayo de sol que cruzaba a mi ventana para advertir enseguida la razón de mi arrepentimiento, pedí enseguida que se levantara, era un hecho que aquello no había sido muy inteligente; suelo dormir hasta muy tarde, en mi condición quién diablos se despierta temprano, a partir del lunes tendría que hacerlo, una luz salvaje daba justo a mi cama al amanecer así que le ordene nuevamente al árbol que se levantara, mientras con las manos extendidas ponía el pecho a la llamas cubriendo la ventana para evitar el ingreso de luz que se colaba entre mis brazos, podía sentirlo también en mi espalda, con apenas unos minutos del tronco en el suelo el calor en mi habitación debía ser insoportable, y el maldito orgullo no le permitía ahora levantarse con mi orden, trate de pedir ayuda; si él no se levantaba nosotros lo volveríamos arriba, grité tres veces, tal vez cuatro, olvidaba que ya no había nosotros, olvidaba la razón del deshacerme de un árbol que, aunque viejo, parecía tener una utilidad, pero era el o yo, un golpe frío de realidad hundió mi pecho aún alcanzado por la llamarada, abandoné mi posición crucificada y me senté en alguna rama sobre la tierra, sabía bien que jamás se levantaría, entendí entonces que el calor de mis mañanas sería ahora brindado por la melena rubia y transparente que se posaba sobre mi cama, y en invierno, con las llamaradas que el tumbado abrasaría.




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